En el lejana Creta, ajenos a todo las vicisitudes por las que atravesaba el Maestro, la vida transcurría entretenida con las travesuras de Ariadna (Αριάδνα) que ya daba sus primeros pasos y su mundo cambió de una forma total, cuando no depende de alguien para irse a otra parte de la casa si lo deseaba.
Anker llegó aquella tarde con el rostro iluminado por la buena fortuna, llegó gritando con tal júbilo que Ariadna quiso correr y quedó sentada en su intento enmedio del umbral y maravillada por la visión más agradable que jamás hubiera imaginado, su padre jalaba con un trozo de cuerda a un hermoso borrego y con regocijo expresó en voz alta:
— Mantis, Ariadna, miren la buena fortuna está de mi lado, al fin la cosecha ha sido suficiente, pude comprarlo.
Su expresión era de total felicidad, contagiado de alegría, alzó en brazos a su hija y la acercó al dócil animal al momento que le dijo:
— Este bello borrego te dará tu primer ovillo de lana querida hija, volveremos a empezar de cero, la vida nos sonríe.

Mantis los miraba con total alegría y meditaba sobre la esencia misma de ese bello animal que había llegado cuando la Luna creciente asomaba en el horizonte y dijo para sí:
< Vaya, la señal en la Tierra, los frutos en el camino. Ellas han dejado el agua, ahora puedo intuir con claridad.>
Los tres se abrazaron con alegría, la esperanza y la paciencia, estaban de su lado